viernes, 27 de noviembre de 2009

La vida dividida

(reinterpretando las guerras)

Los similares diferentes

En nuestra vida cotidiana pertenecemos a uno o más grupos sociales, ya sea la familia, el barrio, los amigos, los colegas. Y todos tienen sus similares-diferentes, es decir, aquéllos que son como nosotros pero no son nosotros. Vayamos por ejemplos: todos los barrios son similares y a la vez diferentes entre sí, para considerarnos “de barrio” tenemos que ser de algún “barrio” en particular, los habitantes del mismo barrio son nuestros “iguales” y los de otros barrios nuestros diferentes. Otro ejemplo, los hinchas de un equipo de fútbol se saben similares a los hinchas de otro equipo, pero no pueden ser hinchas de cualquier equipo. No. Tiene que haber uno: el nuestro. Así como debe haber otros equipos con sus respectivos hinchas, nuestros diferentes. Esta fórmula se aplica a los pueblos, las ciudades, los trabajos, las profesiones y tantos otros espacios como gente hay en el mundo.

Casi todas las diferencias se reafirman con rivalidades, como en la competencia por ejemplo. Por lo general estas rivalidades conviven armoniosamente, dentro de un orden social determinado, en el que contribuyen a la constante recreación de todo lo posible. Lo malo es que todo orden social “vive”, es decir, nace, crece y muere, o para decirlo en otros términos, se origina en determinada coyuntura, se afianza, se hegemoniza y llega a decaer cuando un nuevo orden comienza a desplazarlo, o cuando su propia sobresaturación lo vuelve decadente. En esos tiempos de crisis, las rivalidades suelen acentuarse, se convierten en enemistades, enemistades que llevan al conflicto, y si llegan a la guerra el destino es la destrucción mutua. Claro, hasta que se reordene la sociedad. Y mientras dura la hegemonía de cierto orden, también hay guerras, para mantenerlo y legitimarlo. Por eso tantas rebeliones aplastadas y tantas conquistas, por eso tanta opresión y tantas cárceles.

En este continuo ordenamiento y reordenamiento del mundo, los conflictos son muchos, a veces se mezclan y otras se diferencian claramente. En el turbulento siglo XVI, los españoles venían conquistando el territorio andino y a la vez se producía un conflicto entre los pizarristas y los almagristas, lo que no era mayor problema puesto que también surgieron conflictos entre los inkas y los wankas, chachas y kañaris, y hasta entre los inkas mismos. Pero a pesar de lo caótico del momento, las diversas tropas y caudillos sabían muy bien quien era su enemigo, o a quien elegían como enemigo. Como Paullu Tupa observando la batalla de las Salinas en la que perdió Almagro, su viejo aliado, y se encumbraron los Pizarro, a quienes Paullu brindaría su apoyo.
En la guerra las enemistades dependen de una suma de alianzas, marcadas por el curso de los acontecimientos, de quién va ganando y quién ya fue vencido. En la guerra civil española, los marxistas del POUM y los anarquistas de la CNT lucharon juntos contra los franquistas y debieron enfrentar a la vez la represión de los estalinistas, que también luchaban contra Franco. Dicen que muchas veces la guerra pierde toda lógica, ¿no será más bien que ésa es su lógica?

De la diferencia a la división

Entre los guerreros hay soldados y capitanes, entre los sacerdotes hay jerarquías y cargos específicos. Puede parecer que esto se aplica sólo ha sociedades premodernas, pero por desgracia y por suerte no es así, en el mundo moderno donde dicen que todo está controlado, felizmente a los controladores se les escapan del control muchas cosas. Ahora hay muchos más gremios, muchas más profesiones, muchas más clases, para bien o para mal o para lo que sea.
El tema de los roles está estrechamente vinculado al tema del poder. Los roles siempre existieron y siempre existirán, pero no siempre fueron ni serán los mismos, son cambiantes, como todo en el universo. Así como un individuo puede luchar por ascender mientras otro lucha por liberarse, lo mismo sucede con los distintos grupos sociales. Los burgueses lucharon por desplazar a los nobles, los comunistas por reemplazar a los burgueses y socializar el poder, los indígenas luchan contra su exclusión, los anarquistas luchan contra el poder, para que no haya sectores privilegiados. En fin, cada cual sabrá lo que quiere y para quienes lo quiere, si es para sí, para su grupo o para todos (aunque sólo lo sea en el discurso).

Si bien el hombre es un “animal político”, algunas sociedades inventaron el rol de político, me refiero a esas sociedades interesadas en controlar y dominar todo lo posible, de las que el mundo moderno sólo es una síntesis[1]. En una sociedad tribal o comunal todos hacen política. Entre los quechuas los jefes presiden la asamblea y toman las medidas que surgen como acuerdo de todo el colectivo, los quechuas acostumbran que sean los ancianos quienes dirijan al colectivo, por su experiencia, dicen. Entre los iroqueses, las mujeres se ocupaban de los acuerdos y los hombres de las acciones. Entre los sans todos participan de las asambleas, como en una gran reunión familiar, por que son en realidad familias grandes. En cambio, donde hay políticos ya no todos participan de la política.

Los políticos dirigen la nación, deciden las soluciones, enfrentan los peligros. Tampoco ya la guerra es asumida por toda la sociedad, ahora hay militares o guerreros que se encargan de guerrear y los demás participan sólo cuando son reclutados como soldados. En estas sociedades el poder se enajena del pueblo y queda en manos de unos pocos. Sé que hay quienes insisten en que el poder no está en un lugar específico sino en todas partes, que el poder son relaciones y no un objeto; y sin pretender negarlo, creo importante recalcar que en nuestra sociedad el poder sí está en un lugar y en unas manos determinadas. No exactamente en alguien, sino en un determinado centro, donde hay poder económico, cultural, social, político; donde el poder está concentrado, fue así en los “estados de bienestar”[2], en el llamado “socialismo real”[3], y es más fuerte en el sistema global.

Los reformistas (socialdemócratas, terceraviístas, algunos marxistas) quieren que este poder se democratice un poco más, los libertarios quieren que el poder se desconcentre y esté en manos de todos por igual. Tal vez la cosa esté en escuchar las voces de la periferia, de quienes están negados a los beneficios de este poder concentrado, los marginados y los excluidos, antes de apostar por algún camino.

El enemigo imaginado


Tenía frente a sí unos enormes monstruos de largos brazos giratorios y aunque Sancho le insistía que se trataba de simples molinos, igual la emprendió contra los fieros gigantes. Todos recuerdan el desenlace de la historia, el viejo Quijote apaleado por unos enemigos que sólo él veía. Y muchos piensan que los veía por que estaba loco, pero la verdad es que ese imaginar enemigos está presente en todas partes y en todas las gentes, y así, sin darnos cuenta -o sin querer hacerlo- terminamos enfrentados a monstruos muchas veces más absurdos e irreales que los que enfrentara el Caballero de la Triste Figura.

Como parte del reafirmarse implica diferenciarse de los otros, siempre estamos buscando nuestros “similares-diferentes”. Cuando la guerra culmina y el mundo se reordena, ¿quiénes son los nuevos enemigos? Cuando concluyó la segunda gran guerra y las potencias centrales quedaron vencidas, el mundo se dividió en dos bloques: los comunistas y los capitalistas. Cuando la guerra fría acabó, el imperio global buscó nuevos enemigos, aunque tenía que imaginarlos, construirlos. Entonces aparece el terrorismo, ¿cuántos de los grupos terroristas descritos por la CIA serán reales? Recordemos que en Afganistán no encontraron a Ben Laden y en Irak no había armas químicas ni relación alguna con Al Qaeda. Tal vez estemos como en la novela de Orwell (1984), donde la guerra que abarcaba a todo el mundo, en realidad no existía.

Es muy fácil imaginar un enemigo, para que los demás se lo crean están los medios de comunicación y listo, la sociedad lo aceptó. Claro que últimamente ya no les está funcionando, es el único resultado positivo de la guerra en Irak. Esto debido a la lucha constante de organizaciones sociales agrupadas bajo el nombre de “movimientos antiglobales”, nombre que dicho sea de paso, se lo pusieron los dominadores. Esa lucha constante y múltiple que en los últimos años ha comenzado a golpear al imperio por donde este más nos golpea: el aspecto simbólico.

Volvamos a cómo se imaginan los enemigos. Si el poder se reafirma a partir de las diferencias y enemistades, cuando estas desaparecen, ¿desaparece su legitimidad? Ya vimos que no, que el poder (sea el que sea) recurre a construirse enemigos imaginarios y así, mantiene su poderío en la mente de sus súbditos. Ya sean los salvajes, los herejes, los comunistas o los enemigos de turno. Su existencia afianza y justifica la necesidad de mantener el orden existente. Y esas construcciones se realizan a partir de los temores de la sociedad misma, el temor a lo diferente, a lo no conocido. Por eso los árabes le funcionan muy bien como enemigos a occidente, como los indígenas en otros tiempos.

Lo peor de esto es que no sólo los poderosos inventan enemigos, también los “de abajo” tienen sus propios fantasmas, los mismos que son utilizados por los dominantes a favor suyo. Por ejemplo, los grupos de izquierda se han mantenido más ocupados en sus contradicciones internas que en enfrentar a las derechas, haciendo que al final de la jornada siempre lleguen desgastados y terminen con tristes derrotas. Como esa exagerada confrontación entre socialistas y anarquistas, y las múltiples peleas entre socialdemócratas, leninistas, trotskistas, guevaristas, sindicalistas, indigenistas, feministas, etc. Ante toda propuesta nueva surge de inmediato la oposición antes del análisis, porque es mucho más fácil tener un enemigo que un amigo, es más fácil catalogarlo de malo que intentar aprender de lo bueno que tenga. Y curiosamente se apela a una mal entendida radicalidad, a los principios, y todo lo que en el fondo sólo sirve para dogmatizarse y mantenerse aislado.

Divide y reinarás dice el refrán, auqneu el orden imperante ya ni necesita dividir, porque la mayoría ya vienen divididos de antemano. Bueno, es cierto que las contradicciones existen, pero el casi colapso de la modernidad nos hizo comprender (trágicamente) que la diversidad es inevitable y más bien presenta mucho potencial para reconstruir una civilización más justa y armónica. Puede decirse que vivimos una buena época, que aunque observa cada vez mayor destrucción y devastación de todo lo que las miles de sociedades que han existido en este planeta habían construido a lo largo de los miles de años de historia, también presenta algunos pequeños intentos por evitar ese proceso y, lo mejor del caso, que esos esfuerzos se están encontrando, poco a poco y con dificultad, para vencer sus taras particulares.

El trabajo inmediato que nos queda es evitar a toda costa la guerra que sea, ya no seguir alimentando con muertes la guerra de quienes nos dominan. Los pueblos de Chile y Perú (por ejemplo) son hermanos, dominados por las mismas corporaciones transnacionales que dominan todo el mundo. Con una historia oficial llena de mentiras, exageraciones y rencores. Nuestro deber es reescribir la historia, intentar cambiar esa memoria colectiva construida por los estados y hacerlo cuanto antes.

[1] El mundo moderno viene del proceso histórico conocido como modernidad, la época que nos toca vivir nace con su triunfo mundial y a la vez una crisis que ha llegado a desencadenar el desencanto expresado en la postmodernidad.
[2] Las llamadas “sociedades democráticas” organizadas en estados-nación y con el modelo keynesiano.
[3] Los estados comunistas y su economía planificada.

a 6 meses del "baguazo"


martes, 17 de noviembre de 2009

El destino de los hombres

El principio de identidad

Cada cual en su lugar, ocupando su sitio. Cada cual es cada cual y así ha sido siempre. Para que podamos vivir en armonía y sin conflictos debemos respetar el espacio de los demás y no salir de nuestro propio espacio. Así ha sido siempre, pero aún así, siempre hubo conflictos. Tal vez es necesario comprender este fenómeno, eso que a veces llamamos destino, designio o simplemente suerte. Para saber si realmente así ha sido siempre, y si -aún con esa certeza- podría ser diferente.

¿Quienes somos?, ¿quién soy? ¿Cómo me identifico ante los demás y ante mí mismo? Las preguntas iniciales parten por este asunto: la identidad.

Desde que el hombre tiene memoria ha tenido nombre, oficio, ocupación, ese algo que lo hace individuo, ese algo que le da características propias que lo diferencian de los demás. Ser varón o mujer, viejo o joven, alto o chato, gordo o flaco, hablador o callado. Ahí está nuestra primera identificación, en aquellas cosas que no podemos cambiar de nosotros, nuestro aspecto físico, biología; todo lo que nos lo ha proporcionado la naturaleza misma.

Pero los humanos no somos sólo naturaleza. A lo largo de miles de años hemos desarrollado el razonamiento, construido cultura y sociedad. Entonces ahora, al identificarnos, juega un papel importante con quien nos identificamos, a quienes consideramos nuestros similares y a quienes diferentes. Lo que hace surgir una identidad colectiva, grupal.

Somos como nos vemos

Cada individuo tiene particularidades, algunas naturales (biológicas diríamos) y otras más bien culturales, que combinan las habilidades innatas con los roles que la sociedad nos ha proporcionado: el puesto, el trabajo, la especialidad, el mérito, el “don”. Esto que pareciera surgir mágicamente en lo más profundo de nuestro ser, pero en realidad está marcado por las oportunidades que nos proporciona la vida, es decir la sociedad. Que las ha ido creando a través de la historia, influenciada por las necesidades individuales de muchos como nosotros.

En todo grupo social de determinada sociedad, existen roles marcados: jefes, trabajadores, guerreros, etc. Estos roles varían según los avatares de su historia y según el pueblo al que nos refiramos. Los roles son muchos y muy diversos. Para sobrevivir se acepta el rol que la “suerte” o el “destino” nos haya asignado, así sea el ser esclavo o sirviente. Claro que en esa pelea constante que es la vida, casi todos queremos mejorar nuestra condición, obtener reconocimiento[1], ascender siquiera un poquito.

Los roles se asumen de varias maneras, por muchas influencias y la confluencia de determinadas circunstancias. Desde las habilidades de cada sujeto, la crianza de los mismos y -no hay que olvidar- las circunstancias que se presenten en su vida. Pero no son fijos y únicos, pues un mismo individuo puede asumir varios roles, según los espacios en los que participa (en el barrio, la familia, el trabajo, un grupo político, religioso, etc.) Por decir, al inscribirse en un curso de origami, automáticamente se está ingresando a un nuevo grupo y allí también se formarán roles (el más hábil, el más chistoso), aunque estos roles sólo funcionen las pocas horas que dura el curso.


Los roles comienzan en la familia


En una familia típica hay padres e hijos, hay una madre y un padre, aveces también tíos, primos y abuelos. Como nuestra sociedad es patriarcal el rol de jefe lo tiene el padre, como esta sociedad es machista hay diferencias marcadas entre los hijos y las hijas, y como además la sociedad está jerarquizada, en una familia grande alguien asume el rol de “gran padre”, quedando luego los otros padres y luego los hijos. Los roles familiares reproducen los roles sociales, y viceversa.

El tema de género presenta la primera división marcada de roles. La mujer es la mujer y el varón el varón. Esta división obedece también a factores culturales, mientras en occidente es el hombre el que manda y la mujer quien cría a los hijos, entre los iroqueses ambos compartían el gobierno, hay pueblos en los que ambos padres cuidan a los hijos y hay otros en los que es toda la comunidad la que realiza esta crianza. La mayoría de las sociedades conocidas han sido patriarcales, conocemos de algunas pocas matriarcales (los tallanes por ejemplo) y en muchos pueblos “primitivos” los roles fueron equivalentes.

El dios cristiano es hombre, porque su sociedad es patriarcal y machista. Los dioses indígenas siempre incluían la dualidad: macho-hembra, y hay divinidades que podríamos llamar homosexuales, al ser a la vez machos y hembras, en distintas culturas. Pero el mundo actual exige ser “varoncito” o “mujercita”, los niños con los niños y las niñas con las niñas, separados por la costumbre y para reproducir la civilización que los ha criado tan distanciados entre sí. Mencionamos ese dios varón que es Jehová, debemos recordar también que es un dios viejo, y allí aparece otro marcado rol, el generacional, el grupo de contemporáneos, con quienes se comparte el tiempo que se vive.

El individuo colectivo

A estas alturas uno ya se definió como varón o mujer, joven o viejo, y debe además, aceptar el rol étnico y de clase que le proporciona el mundo: pobre o rico, negro, indio o blanco, culto o “popular”, en resumen, ese reflejo de la sociedad que se legitima precisamente en cada uno de los individuos que asumen su rol. El color de la piel y los rasgos físicos son los elementos principales de esta diferenciación, pero están también el idioma, las costumbres, la religiosidad, los gustos musicales, hasta el apellido y, como no, el dinero. Asumirse de la clase, etnia, cultura o subcultura a la que se pertenezca es asumir los roles que afectan tanto lo individual como lo social.

Entre los roles grupales o colectivos tenemos a los guerreros, los sacerdotes, agricultores, comerciantes, jefes o caudillos, artesanos, etc. Muchas veces el rol individual está determinado por el rol grupal, pero claro, dentro de este también hay matices y aunque ni todos los artesanos son iguales ni todas las labores del campo implican la misma vida, el sentirnos iguales a otros nos da un rol compartido. Casi siempre es dentro de su grupo donde uno asciende (“progresa”, “se supera”), pues los roles colectivos son a su vez una suma de roles individuales.

Cuando nos ponemos a pensar cómo sería la vida sin un colectivo al cual pertenecer, basta recordar la historia de Pedro Serrano[2], perdido en una isla durante varios años, o recordar a los ermitaños que al alejarse del mundo, alejaban al mundo de ellos. Hay mucha diferencia entre una soledad deseada y una soledad inesperada, pero en todo caso, la sensación de estar fuera del mundo es inevitable. Así como Serrano ignoraba lo que pasaba en la sociedad, también la sociedad lo había olvidado, y cuanto más San Antonio vivía autoexiliado, se envolvía en asuntos ajenos a los que sus contemporáneos enfrentaban. Y hasta esto es un rol más, el rol del náufrago, del olvidado, del excéntrico que se aparta del mundo, en fin, siempre un rol, aún a pesar suyo.

Entre la seguridad y la aventura

En todo esto ¿dónde queda el instinto? Pues nuestra racionalidad no nos aleja de ser “animales racionales” como bien dijo Aristóteles. Muchas veces es esto lo que nos impulsa a tomar decisiones que contravienen con el pensamiento bien pensado. Salvar la vida o arriesgarla por la vida de otros, a veces nomás por un sueño, que sin embargo lo sentimos más importante que la vida misma.

Cuando los españoles se adueñaron del Tawantinsuyu, la reacción de la élite inka quedó reflejada en los líderes del momento. Manko Inka decidió arriesgar su puesto expulsando a los españoles de sus tierras, para lo que emprendería una guerra en condiciones desfavorables. Su hermano Paullu Thupa, segundo al mando y vuelto de cierta expedición, tenía ciertas fuerzas pero prefirió apoyar a los nuevos jefes, prefiriendo mantener sus privilegios aunque fueran reducidos, antes que arriesgar perderlo todo.

La historia está llena de hechos similares. El que arriesga todo por un sueño, ya sea la libertad, la aventura, el amor; como Juan Salvador Gaviota[3] queriendo volar más allá de la bandada. Y el que prefiere la seguridad antes que el riesgo, aunque así termine traicionando a su gente. Acepta la derrota que le permitirá vivir sin grandes penurias, antes que el riesgo que podría darle la gloria, pero también podría darle la desgracia. Uno puede preferir lo seguro, aunque deba renunciar a gran parte de sus sueños, otros prefieren apostar por sus sueños aunque pierdan la seguridad ganada.

Por eso se suele equilibrar los sueños con la realidad, soñar un poco pero cuidando la seguridad. De lo contrario nos aplasta el grupo social, la tradición, la costumbre. Nos aplasta el mundo entero. Pero hay quienes sí eligen lo inseguro, aunque les vaya mal. Curiosamente, estos son los que hacen la historia, los héroes que los demás admiran.

La capacidad de elegir

He llegado a pensar que toda la vida consiste en un constante y complejo enfrentamiento entre el destino y los sueños, entre el rol que nos tocó y el que quisiéramos. Tal vez el punto central de esa confrontación está en la capacidad de elegir, de priorizar uno u otro aspecto. Debemos recordar que la necesidad de elegir se nos presenta muy pocas veces, y casi siempre depende de algunas circunstancias u oportunidades. Pero en la vida hay muchas oportunidades pequeñas que por lo general son ignoradas por ser pequeñas, y es ese constante ignorar de la mayoría lo que permite a algunos individuos aprovecharlas.

Todos estamos en el mismo saco, la vida nos entrelaza de tal forma que nuestras elecciones terminan siendo producidas por la sociedad antes que por nosotros mismos. Por decir, alguien puede enorgullecerse de haber escogido estudiar lo que él quiso, sin mediación de nadie, pero olvida que no escogió estudiar, eso ya se lo implantaron de antemano. Y así, elegir el trabajo, la pareja, los amigos, en fin, una infinidad de elecciones que obedecen a nuestro contexto.

Nadie escogió la familia que le tocó y casi siempre a los amigos los tuvo que escoger dentro del rol grupal en el que se encuentra la mayor parte de su vida. Esto es lo bonito de la vida, porque imagínense lo que sería tener que andar escogiendo todo sin tener claro dónde hacerlo. El problema surge cuando los sueños comienzan a chocar con tu propio entorno, porque es fácil soñar con el progreso cuando todos tus similares sueñan con lo mismo, o soñar con la libertad en un pueblo sometido. Pero soñar soltar ataduras que tu propia gente mantiene como algo necesario, es bien difícil.

Tengamos claro que en la sociedad todo se reinventa constantemente, nada será igual por mucho tiempo, por lo tanto, nada es seguro. Podemos elegir cómo participar en ese eterno juego, podemos escoger ser simples espectadores o actores de la vida, arriesgándonos, soñando y tratando de vivir nuestros sueños, que quizás en parte o quizás más tarde se conviertan en realidades, impulsando a soñar nuevos sueños.


[1] Esto lo menciona el tan mentado Fukuyama en su tan mentado libro “El fin de la historia y el último hombre”.
[2] Esta historia está relatada en la segunda parte de los “Comentarios” del Inca Garcilaso.
[3] El famoso libro de Richard Bach

lunes, 2 de noviembre de 2009

Nadie Está Libre?


El Perú apesta

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El título de este texto no hace referemncia a la contaminación, que de por sí transforma el olor de vida de los ríos en un olor de muerte y que al aroma de la tierra mojada -el mejor de los olores- lo convierte en pestilente lodo; además de esa contaminación tan destructora de la naturaleza, hay otra que destruye el alma de las gentes: la alienación, el hecho de imitar realidades ajenas, viviendo una vida que no es nuestra.
Uso el título recordando un verso que alguna vez escribiera uno de los mejores escritores peruanos: Manuel Scorza. En un inmortal poema suyo exclamó “La Patria hiede”, y bueno pues, como de olores se puede decir muchas cosas, sólo mencionaremos algunas.

Alan llora por un pulmón pero desprecia otros miles
Una noticia recorrió el mundo virtual: se robaron un pulmón de una exposición sobre anatomía del cuerpo humano, luego se supo que todo fue un truco publicitario. El presidente comentó hallarse indignado y sugirió que la pituca organizadora de esa exposición y artífice de la “bromita”, dejase la nacionalidad peruana.
A nosotros que vivimos bajo el sol, poco nos interesa si alguien roba o finge el robo de una exposición que jamás veremos, acostumbrados a los robos constantes en la Lima capital; poco nos importa si la autora del hecho tiene nacionalidad peruana, sabemos que todos los ricos tienen una sola nacionalidad: el capitalismo, y son más extranjeros que cualquier turista (hasta sus raros apellidos tienen). Lo que nos preocupa son nuestros miles de pulmones agredidos día a día por las enfermedades y amenazados cada vez más por las mineras transnacionales que se están repartiendo nuestros territorios como si fueran tortas.
Luego, el señor presidente viajó a Zurite para inaugurar unas obritas que están siendo desarrolladas más por el municipio distrital y el provincial de Anta (Cusco). Y para evitar cualquier problema, con el apoyo del alcalde aprista de Huarocondo, que nada tenía que ver en el asunto, intentaron impedir que los alcaldes de Zurite y Anta ingresaron al lugar (miembros del REMURPE, encabezado por el mismo alcalde de Anta Wilbert Rozas, críticos al gobierno). Llevaron sí una “portátil”, recogiendo (así, tan feo como suena) a campesinos beneficiarios del programa Juntos. Se supone que ese programa era gratuito porque se dirige a personas en situación de pobreza, pero ahora ya vimos el precio que tiene, muy a la manera aprista.

Ladrón elige ladrón...
Revisando las últimas encuestas, realizadas en Lima nomás, por eso que dijo Valdelomar que “Lima es el Perú”, sorprende que quien encabeza es Keiko Fujimori, la hija del corrupto semi dictador (ni a dictador completo llegó) del mismo apellido, sí, esa que estudió en el extranjero con el dinero que Montesinos le robaba al Estado, y a través de este a todos los peruanos.
¿Pero qué sorprende?, si el Perú o al menos Lima (que dicen que es lo mismo) se destaca principalmente por sus ladrones. Lo que más exporta este país son ladrones, en Europa o en Latinoamérica, peruano es casi sinónimo de ratero, veamos nomás Bolivia. Que casi un 20 % del electorado opte por una ladrona sirve como encuesta complementaria, podríamos afirmar que tenemos un 20 % de ladrones, de acto o de pensamiento. El razonamiento suyo es simple: “Fujimori robaba pero hacía obras”. Aunque las obras fueran malas, aunque el dinero robado pudo invertirse en otras cosas.
Y los periódicos mal llamados “chicha” (llamarlos así es calumniar a tan excelente bebida y el género musical tan bailadero), combinan bien informes sobre accidentes y robos, con datos de la vida de las farándulas, que a nadie debían importarle pero le importan a un sector que bien cosecha el fujimorismo: los alienados totales.

Les vale más el fútbol que la vida
Las encuestas no mencionan candidaturas como Arana y Pizango, y muestran en estrepitosa caída a Humala. Claro, la Lima “criolla” y sus “achorados” habitantes no elegirían a un cholo, un provinciano o un indígena. Para eso tienen entre una ladrona y otro ladrón, y otro y otro más. Sí señores, a pesar de que estos ciudadanos de segunda clase (porque nosotros somos de tercera, según dicen) en su mayoría son “cobrizos”, descendientes de provincianos, de indios, cholos o serranos; pero tanto les han dicho que son diferentes, que se lo han terminado creyendo.
Otra noticia: barristas arrojan de auto a jovencita y fallece por la caída. ¿Qué es eso?, no la atacaron para robarla, ni por venganza ni por error, sólo por el placer de atacar. El colmo de la violencia. El exceso de la alienación se ve graficado en las barras bravas, donde la gente está dispuesta a matar sólo por un equipo de fútbol, es el público de un espectáculo matándose por el espectáculo. A eso nos han llevado las campañas alienadoras de los medios y las educaciones, con su racismo y conformismo.

Marx vuelve pero no retorna
Estuvo por Cusco un dizque filósofo llamado Lora Cam. Oímos su disertación en la que, de cada 5 palabras, 4 eran insultos y groserías. Este tipo de intelectuales y políticos vuelven a la carga, pretendiendo hacernos creer –una vez más- que la teoría marxista es ciencia incuestionable y por lo tanto, una religión liberadora. De nada parecen haber servido los más de 100 años de experiencias, de errores y acomodos de las izquierdas, de fracasos y nuevos aprendizajes… para ellos, el error está en quienes aplican mal las sabias enseñanzas del profeta. El pobre Marx nunca habría pensado que usarían sus aportes para eso.
En distintas actividades públicas vemos las ideas de Sendero Luminoso intentando hacerse presentes, y junto a esas ideas hay personas, para quienes la guerra no parece haber dejado lecciones. ¿Por qué será que el gobierno, tan adepto a ver terroristas hasta en el agua, no hace nada contra estos sujetos? Quizá la estrategia sea dejarlos crecer para luego meterlos en un mismo saco con todos los que libremente opinan y libremente defienden sus derechos, después de todo, eso les funcionó bien en los años pasados. Sendero no es una amenaza para el gobierno, es una ayuda.
Para quien sí es una amenaza es para el pueblo mismo, y no sólo este grupo sino cualquiera que pretenda imponer sus ideas. Quien impone no dialoga, quien no dialoga no incluye y más bien oprime. Para un pequeño balance: si en los 20 años de guerra Sendero no mató ricos, salvo los que cayeron accidentalmente en Tarata, entonces, su guerra no fue como decían –contra los ricos- sino más bien contra los pobres, contra el pueblo.

Si eso es el Perú, nosotros ¿qué somos?
No todos los que habitamos este país de todas las sangres y todas las contradicciones merecemos ser etiquetados bajo el mismo manto. El Perú es en realidad varios Perús, varios suyus o varias patrias, como decía Arguedas. No es que unas sean mejores que otras, aunque algunas conservan más valores como el amor a Pachamama y la solidaridad entre los seres. De lo que se trata es que nos siguen imponiendo la idea de que Lima es el Perú y todo lo que se diferencia, no es importante o no es necesario.
Las teles, los diarios y las encuestas; podrán seguir diciendo lo que quieran, pero la realidad es más diferente. Hay muchos Perús y cada cual tiene derecho a defender sus territorios, en eso estamos, en eso vamos, esperando que los de las ciudades aprendan también a defenderse, de la explotación pero sobre todo de la alienación, que ahí empieza la verdadera liberación de las personas.