lunes, 1 de noviembre de 2010

Cusco en aparente calma

En noviembre del 2007, en la localidad de Ocongate se organizó una reunión de comunidades para tratar los riesgos de la presencia minera. Esta dio inicio a una serie de eventos similares denominados “Hatun Tinkuy” (el gran encuentro) que el año siguiente se desarrollaron en las provincias de Canchis, Quispicanchis y Calca, en la región de Cusco. En febrero de 2008, un decreto legislativo destinado a privatizar la administración de zonas turísticas fue calificado como “ley contra el patrimonio”, provocando movilizaciones enormes en la ciudad de Cusco, como no se veían desde la caída de la dictadura fujimorista. Ese mismo mes, la participación de los campesinos cusqueños en el paro agrario nacional fue grande, realizándose varios bloqueos. Ambos movimientos aún no lograban enlazarse.

Los años siguientes vimos el crecimiento de varios movimientos sociales en la región. Los impresionantes levantamientos campesinos de Canchis, algunos paros de regantes, las huelgas indefinidas de las provincias de La Convención y Espinar, entre otros. Finalmente, entre junio y setiembre de 2010, las protestas de provincias hallaron un gran respaldo en organizaciones urbanas encabezadas por los estudiantes universitarios. El último paro regional de setiembre en respaldo a los k’anas vendría a ser resultado de varios procesos de concientización y coordinación iniciados años atrás.

Sin embargo, no lograron la “unidad” que varios buscaban. Luego de contradicciones entre las diversas organizaciones, las centrales sindicales encabezadas por la FDTC han quedado desacreditadas; tampoco las organizaciones de provincias y campesinas están carentes de contradicciones, pero al menos ellas manejan mejor sus discrepancias. El periodo electoral terminó por apagar las protestas momentáneamente. Aunque los gobiernos regional y municipales electos muestran presencia de nuevas autoridades críticas al neoliberalismo, el proceso electoral debilitó más que fortalecer los movimientos.

La contradicción principal es entre dos formas de actuar políticamente. Por un lado, los sindicatos tradicionales, clasistas, jerárquicos, ligados a partidos políticos de izquierda y especialistas en realizar movilizaciones nutridas pero breves; por el otro, organizaciones que apelan a tradiciones comunales, que incluyen demandas culturales, utilizan estrategias efectivas como el bloqueo y se articulan a partir de coordinaciones antes que centralización. Ambas tendencias se hallan bastante mezcladas, los momentos de acción han sido liderados por la segunda, pero en los momentos de calma, los sindicatos tradicionales parecen recobrar la dirección, argumentando “divisionismo” y “aventurerismo” de los otros.

No obstante, en Cusco, este proceso está en marcha, lo novedoso del mismo podría terminar desplazado o generar alternativas de organización y coordinación. Para eso, tendrá que cuestionar la idea de “unidad” centralizada y vertical, extendiendo prácticas heredadas de las comunidades, como el ayni, la mink’a y la rotación de “cargos”. La ausencia de “unidad” en realidad es síntoma de una necesaria renovación de dirigencias, pero sobre todo una renovación de las formas de hacer política.

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