domingo, 1 de mayo de 2011

La vida dividida

Los similares diferentes

En nuestra vida cotidiana pertenecemos a uno o más grupos sociales, ya sea la familia, el barrio, los amigos, los colegas. Y todos tienen sus similares-diferentes, es decir, aquéllos que son como nosotros pero no son nosotros. Vayamos por ejemplos: todos los barrios son similares y a la vez diferentes entre sí, para considerarnos “de barrio” tenemos que ser de algún “barrio” en particular, los habitantes del mismo barrio son nuestros “iguales” y los de otros barrios nuestros diferentes. Otro ejemplo, los hinchas de un equipo de fútbol se saben similares a los hinchas de otro equipo, pero no pueden ser hinchas de cualquier equipo. Tiene que haber uno: el nuestro. Así como debe haber otros equipos con sus respectivos hinchas, nuestros diferentes. Esta fórmula se aplica a los pueblos, las ciudades, los trabajos, las profesiones y tantos otros espacios como gente hay en el mundo.

Casi todas las diferencias se reafirman con rivalidades, como en la competencia por ejemplo. Por lo general estas rivalidades conviven dentro de un orden social determinado, en el que contribuyen a la constante recreación de todo lo posible. Lo malo es que todo orden social “vive”, es decir, nace, crece y muere, o para decirlo en otros términos, se origina en determinada coyuntura, se afianza, se hegemoniza y llega a decaer cuando un nuevo orden comienza a desplazarlo, o cuando su propia sobresaturación lo vuelve decadente. En esos tiempos de crisis, las rivalidades suelen acentuarse, se convierten en enemistades, enemistades que llevan al conflicto, y si llegan a la guerra el destino es la destrucción mutua. Claro, hasta que se reordene la sociedad. Y mientras dura la hegemonía de cierto orden, también hay guerras, para mantenerlo y legitimarlo. Por eso tantas rebeliones aplastadas y tantas conquistas, por eso tanta opresión y tantas cárceles.

En este continuo ordenamiento y reordenamiento del mundo, los conflictos son muchos, a veces se mezclan y otras se diferencian claramente. En el turbulento siglo XVI, los españoles venían conquistando el territorio andino y a la vez se producía un conflicto entre los pizarristas y los almagristas, lo que no era mayor problema puesto que también surgieron conflictos entre los inkas y los wankas, chachas y kañaris, y hasta entre los inkas mismos. Pero a pesar de lo caótico del momento, las diversas tropas y caudillos sabían muy bien quien era su enemigo, o a quien elegían como enemigo. Como Paullu Tupa observando la batalla de las Salinas en la que perdió Almagro, su viejo aliado, y se encumbraron los Pizarro, a quienes Paullu brindaría su apoyo.

En la guerra las enemistades dependen de una suma de alianzas, marcadas por el curso de los acontecimientos, de quién va ganando y quién ya fue vencido. En la guerra civil española, los marxistas del POUM y los anarquistas de la CNT lucharon juntos contra los franquistas y debieron enfrentar a la vez la represión de los estalinistas, que también luchaban contra Franco. Dicen que muchas veces la guerra pierde toda lógica, ¿no será más bien que ésa es su lógica?

De la diferencia a la división

Entre los guerreros hay soldados y capitanes, entre los sacerdotes hay jerarquías y cargos específicos. Puede parecer que esto se aplica sólo ha sociedades premodernas, pero por desgracia y por suerte no es así, en el mundo moderno donde dicen que todo está controlado, felizmente a los controladores se les escapan del control muchas cosas. Ahora hay muchos más gremios, muchas más profesiones, muchas más clases, para bien o para mal o para lo que sea.

El tema de los roles está estrechamente vinculado al tema del poder. Los roles siempre existieron y siempre existirán, pero no siempre fueron ni serán los mismos, son cambiantes, como todo en el universo. Así como un individuo puede luchar por ascender mientras otro lucha por liberarse, lo mismo sucede con los distintos grupos sociales. Los burgueses lucharon por desplazar a los nobles, los comunistas por reemplazar a los burgueses y socializar el poder, los indígenas luchan contra su exclusión, los anarquistas luchan contra el poder, para que no haya sectores privilegiados. En fin, cada cual sabrá lo que quiere y para quienes lo quiere, si es para sí, para su grupo o para todos.

Si bien el hombre es un “animal político”, algunas sociedades inventaron el rol de político, me refiero a esas sociedades interesadas en controlar y dominar todo lo posible, de las que el mundo moderno sólo es una síntesis[1]. En una sociedad tribal o comunal todos hacen política. Entre los quechuas los jefes presiden la asamblea y toman las medidas que surgen como acuerdo de todo el colectivo, los quechuas acostumbran que sean los ancianos quienes dirijan al colectivo, por su experiencia, dicen. Entre los iroqueses, las mujeres se ocupaban de los acuerdos y los hombres de las acciones. Entre los sans todos participan de las asambleas, como en una gran reunión familiar, por que son en realidad familias grandes. En cambio, donde hay políticos ya no todos participan de la política.

Los políticos dirigen la nación, deciden las soluciones, enfrentan los peligros. Tampoco ya la guerra es asumida por toda la sociedad, ahora hay militares o guerreros que se encargan de guerrear y los demás participan sólo cuando son reclutados como soldados. En estas sociedades el poder se enajena del pueblo y queda en manos de unos pocos. Sé que hay quienes insisten en que el poder no está en un lugar específico sino en todas partes, que el poder son relaciones y no un objeto; y sin pretender negarlo, creo importante recalcar que en nuestra sociedad el poder sí está en un lugar y en unas manos determinadas. No exactamente en alguien, sino en un determinado centro, donde hay poder económico, cultural, social, político; donde el poder está concentrado, fue así en los “estados de bienestar”[2], en el llamado “socialismo real”[3], y es más fuerte en el sistema global.

Los reformistas (socialdemócratas, terceraviístas, algunos marxistas) quieren que este poder se democratice un poco más, los libertarios quieren que el poder se desconcentre y esté en manos de todos por igual. Tal vez la cosa esté en escuchar las voces de la periferia, de quienes están negados a los beneficios de este poder concentrado, los marginados y los excluidos, antes de apostar por algún camino.

El enemigo imaginado

Tenía frente a sí unos enormes monstruos de largos brazos giratorios y aunque Sancho le insistía que se trataba de simples molinos, igual la emprendió contra los fieros gigantes. Todos recuerdan el desenlace de la historia, el viejo Quijote apaleado por unos enemigos que sólo él veía. Y muchos piensan que los veía por que estaba loco, pero la verdad es que ese imaginar enemigos está presente en todas partes y en todas las gentes, y así, sin darnos cuenta -o sin querer hacerlo- terminamos enfrentados a monstruos muchas veces más absurdos e irreales que los que enfrentara el Caballero de la Triste Figura.

Como parte del reafirmarse implica diferenciarse de los otros, siempre estamos buscando nuestros “similares-diferentes”. Cuando la guerra culmina y el mundo se reordena, ¿quiénes son los nuevos enemigos? Cuando concluyó la segunda gran guerra y las potencias centrales quedaron vencidas, el mundo se dividió en dos bloques: los comunistas y los capitalistas. Cuando la guerra fría acabó, el imperio global buscó nuevos enemigos, aunque tenía que imaginarlos, construirlos. Entonces aparece el terrorismo, ¿cuántos de los grupos terroristas descritos por la CIA serán reales? Recordemos que en Afganistán no encontraron a Ben Laden, en Irak no había armas químicas y Al Qaeda en realidad no existe. Tal vez estemos como en la novela de Orwell (1984), donde la guerra que abarcaba a todo el mundo, en realidad no existía.

Es muy fácil imaginar un enemigo, para que los demás se lo crean están los medios de comunicación y listo, la sociedad lo aceptó. Claro que últimamente ya no les está funcionando, es el único resultado positivo de la guerra en Irak. Esto debido a la lucha constante de organizaciones sociales agrupadas bajo el nombre de “movimientos antiglobales”, nombre que dicho sea de paso, se lo pusieron los dominadores. Esa lucha constante y múltiple que en los últimos años ha comenzado a golpear al imperio por donde este más nos golpea: el aspecto simbólico.

Volvamos a cómo se imaginan los enemigos. Si el poder se reafirma a partir de las diferencias y enemistades, cuando estas desaparecen, ¿desaparece su legitimidad? Ya vimos que no, que el poder (sea el que sea) recurre a construirse enemigos imaginarios y así, mantiene su poderío en la mente de sus súbditos. Ya sean los salvajes, los herejes, los comunistas o los enemigos de turno. Su existencia afianza y justifica la necesidad de mantener el orden existente. Y esas construcciones se realizan a partir de los temores de la sociedad misma, el temor a lo diferente, a lo no conocido. Por eso los árabes le funcionan muy bien como enemigos a occidente, como los indígenas en otros espacios.

Lo peor de esto es que no sólo los poderosos inventan enemigos, también los “de abajo” tienen sus propios fantasmas, los mismos que son utilizados por los dominantes a favor suyo. Por ejemplo, los grupos de izquierda se han mantenido más ocupados en sus contradicciones internas que en enfrentar a las derechas, haciendo que al final de la jornada siempre lleguen desgastados y terminen con tristes derrotas. Como esa exagerada confrontación entre socialistas y anarquistas, y las múltiples peleas entre socialdemócratas, leninistas, trotskistas, guevaristas, sindicalistas, indigenistas, feministas, etc. Ante toda propuesta nueva surge de inmediato la oposición antes del análisis, porque es mucho más fácil tener un enemigo que un amigo, es más fácil catalogarlo de malo que intentar aprender de lo bueno que tenga. Y curiosamente se apela a una mal entendida radicalidad, a los principios, y todo lo que en el fondo sólo sirve para dogmatizarse y mantenerse aislado.

Divide y reinarás dice el refrán, aunque el orden imperante ya ni necesita dividir, porque la mayoría ya vienen divididos de antemano. Bueno, es cierto que las contradicciones existen, pero el casi colapso de la modernidad nos hizo comprender (trágicamente) que la diversidad es inevitable y más bien presenta mucho potencial para reconstruir una civilización más justa y armónica. Puede decirse que vivimos una buena época, que aunque observa cada vez mayor destrucción y devastación de todo lo que las miles de sociedades que han existido en este planeta habían construido a lo largo de los miles de años de historia, también presenta algunos pequeños intentos por evitar ese proceso y, lo mejor del caso, que esos esfuerzos se están encontrando, poco a poco y con dificultad, para vencer sus taras particulares.

El trabajo inmediato que nos queda es evitar a toda costa la guerra que sea, ya no seguir alimentando con muertes la guerra de quienes nos dominan. Los pueblos de Chile y Perú (por ejemplo) son hermanos, dominados por las mismas corporaciones transnacionales que dominan todo el mundo. Con una historia oficial llena de mentiras, exageraciones y rencores. Nuestro deber es reescribir la historia, intentar cambiar esa memoria colectiva construida por los estados y hacerlo cuanto antes.

El liderazgo

“El rey a muerto, que viva el Rey”... Así culminaron muchas intrigas palaciegas que dominaron la época de nuestros abuelos, un Bruto matando a Julio César o un Luis XVI perdiendo la cabeza en la guillotina. Siempre la muerte del líder como culminación de un proceso, siempre un sucesor o reemplazo, “a Rey muerto Rey puesto” decía el viejo dicho, y sigue diciendo lo mismo aunque reyes ya no haya.

El soberano era la cabeza del estado, el que velaba por la suerte de cada uno de sus súbditos, a imagen y semejanza de un gran padre de familia, de una familia llamada nación. Su título venía por designio de los dioses mismos, en los principios de la historia (de la historia de su reino), lo demás era cuestión de descendencia legítima. Con la llegada de la modernidad y los ideales liberales y democráticos, el “gran padre” de la nación adquirió nuevas características, pero en esencia mantuvo el mismo liderazgo, el cambio fue mas en la forma de adquirir el cargo (elegido en lugar de heredado) y de la clase a la que pertenece (la burguesía en lugar de la aristocracia antigua).

Pero no es esta la única forma de liderazgo. Toda sociedad está organizada, aún sin tener estado, y allí, por lo general, también hay líderes. La historiografía marxista ha reducido la conformación de las clases dominantes y de los diversos tipos de líderes a los aspectos económicos, olvidando la importancia simbólica que cada uno de los elementos de determinada sociedad tienen para la misma, tanto en el plano de las creencias como en las distintas relaciones que se dan dentro de ellas. Esos aspectos simbólicos son fundamentales para entender cómo así una sociedad determinada elige a “su padre” en una persona de carne y hueso. Porque bien es sabido que aparte de los líderes están los dioses, “padres” creadores o forjadores de la sociedad, pero aunque los dioses cumplen muy bien este rol[4], la sociedad también necesita “padres” o “jefes” reales, concretos y cercanos, a quienes poder exigir y reclamar según los avatares de la vida en comunidad.

El líder debe reunir ciertas características, porque no cualquiera puede conducir o guiar a su pueblo. Esas cualidades incluyen la valentía, la audacia, la sabiduría y/o la fuerza, así como una marcada identificación con su gente. Como Moisés salvando a los hebreos del dominio egipcio, o como Alejandro Magno unificando a todos los pueblos “conocidos” bajo el mandato griego. El líder puede construir un reino nuevo como Ciro el Grande o una nueva ideología como Zaratustra, a veces pueden complementarse como Ciro y Zaratustra, otras veces puede generar rivalidades que lleven a disgregar su sociedad misma, como Mahoma o Lutero, e incluso puede iniciar corrientes sociales encaminadas a desestabilizar el orden imperante, como Buda, el mismo Cristo o Marx. Pero el denominador común de todo líder es su accionar colectivo. Los líderes no surgen solos.

Es bien sabido que las prédicas de Jesús de Nazareth sólo llegaron a un grupo reducido de judíos, los llamados “nazarenos”. Y sabemos también que fue Pablo de Tarso quien difundió esta nueva religión por todas las naciones helenísticas (Israel era una de ellas), esto sucedió algunos años luego de la muerte del llamado Cristo. Jesús fue el líder de una secta minúscula, Pablo lideró la expansión de ese culto pero recurriendo al liderazgo mítico del nazareno. Jesús respondía a un tiempo y un espacio determinado, Pablo respondió a otro tiempo y espacio, aunque estuvieran ligeramente cerca. Jesús era el mejor exponente de las aspiraciones de un pueblo sometido y sin posibilidad real de liberarse, con una cultura que vivía de glorias bastante pasadas y con un presente decadente y empobrecido. Pablo predicó para un pueblo cansado del orgullo romano y consciente de haber sido no hace mucho el pueblo más culto del mundo, con una cultura compuesta de muchos elementos y la esperanza presente de transformar el mundo romano. Al margen del curso que tomó esta historia, lo que me interesa resaltar es que ambos liderazgos pudieron darse porque los respaldaba un grupo humano y una tendencia social que se identificaban plenamente con las propuestas del líder, incluso reinterpretándolas (como hizo Pablo con las ideas del nazareno).

Los líderes no hacen la historia, la historia hace líderes. Entonces, ¿quién asume el rol de líder? Quien es lo suficientemente simbólico y representativo, es más, quien “encarna” a su gente. No era Hitler el único que quiso que Alemania fuera para donde fue, en Hitler se veía reflejado todo militante nazi, así como los facistas en Musolini o los bolcheviques en Lenin. Por eso no era tan fácil vencerlos, porque es la relación entre la masa y el líder la que crea el liderazgo y no al revés. Por eso el Quijote no lidera nada, por que está casi solo. ¿Se imaginan a Cristo sin Pablo, su sucesor?, ¿a Mahoma sin Alí?, ¿a Marx sin Engels?

El rol del líder es mayormente simbólico, cuando sobrepasa esto, puede ser derrocado o dejado de lado por su gente y siempre hay un nuevo líder. Basta ver la cantidad de deposiciones, derrocamientos, nuevas dinastías y demás cambios existentes en la historia de todos los pueblos. Como el rey moche Fempellec, arrojado por su pueblo al mar. Y esto le sucede también a las élites que lideran su sociedad, porque todo líder comparte sus funciones con un grupo cercano, sean estos los nobles, los sacerdotes, los guerreros, los políticos o los empresarios. Un claro ejempló está al final de las guerras internas chinas del siglo XX, los mandarines fueron reemplazados por los burócratas comunistas. Dicen los liberales que los líderes se preparan, y en parte tienen razón, pero ese prepararse no es individual. Un grupo social puede preparar sus líderes o incluso su liderazgo frente a otros grupos, como las vanguardias comunistas por ejemplo. Pero nunca un individuo puede elegir ser líder así como se elige ser médico o artista.

La esperanza marginal

Hablemos de los de abajo, de los que figuran como los “extras” de la historia. Como recitara Brecht, no fueron los faraones los que construyeron las pirámides, ni los emperadores chinos la gran muralla, ni Alejandro conquistó sólo Egipto y el medio oriente, ni Bolívar peleó solo contra España. Los millones de esclavos, siervos, soldados, campesinos y gente de todo tipo, también fueron parte de su historia. En un rol secundario, muchas veces marginal.

Y curiosamente, muchas veces fueron los sectores marginales quienes decidieron el rumbo de los acontecimientos, como los cristianos en el Imperio Romano. Precisamente ese poderoso imperio no fue vencido por sus enemigos cultos sino por los que ellos consideraban bárbaros, al igual que los mongoles o los turcos conquistando a China o Arabia respectivamente. La misma Europa que conquistó el mundo en los siglos XV y XVI, en el siglo XIV era una de las civilizaciones más atrasadas del mundo antiguo, y los EEUU, que de ser una simple colonia, en menos de dos siglos se convirtieron en la primera potencia mundial.

Es que el centro tiende a convertirse obsoleto, a enredarse en su propio lujo y sus privilegios, mientras la periferia posibilita el desarrollo de nuevas tendencias, al tener menos presión por eso de la distancia. Llega un momento en el que los marginales se dan cuenta que jamás podrán adquirir los beneficios de la élite en igualdad de condiciones y entonces comienzan a “crearse” otros beneficios, lo que a la larga puede llegar a reemplazar a las antiguas élites, esto sucedió con la burguesía por ejemplo. Ahora, esto no sucede siempre y por lo general es un proceso bastante largo enmarcado en otros procesos. Y por lo general, la nueva elite genera a su vez una nueva periferia, una nueva marginalidad.

Lo marginal no es cuestión de centro y periferia solamente, aún en un mismo espacio hay marginación. El mundo globalizado une en un mismo espacio la opulencia más descarada y la mendicidad más triste, en las megaciudades hay miles de marginales, con un sistema de vida particular, producto de sus nuevas circunstancias. Aparte están los excluidos, los que no figuran para el sistema, los que quedan fuera de todo beneficio. Curiosamente, es en grupos de este tipo donde surgen tendencias sociales como los movimientos indígenas por ejemplo.

Para intervenir de algún proceso interesante, los marginales, primero deben asumirse como marginales, puesto que mientras estén peleando por ser parte del establishment seguirán siendo piezas accesorias del engranaje social. Sólo una vez que reconocen el rol marginal al que los condenan, pueden iniciar corrientes o tendencias propias que los lleven a construir su propio reconocimiento, elevando su autoestima y enfrentando al sistema que los margina. Esto del enfrentamiento es inevitable, pero esa lucha no siempre es violenta ni llega al conflicto, siempre incluye un enfrentamiento cultural, con múltiples elementos que se van introduciendo al “mundo” y si la confrontación llega, ya es cuestión del azar[5].



[1] El mundo moderno viene del proceso histórico conocido como modernidad, la época que nos toca vivir nace con su triunfo mundial y a la vez una crisis que ha llegado a desencadenar el desencanto expresado en la postmodernidad.

[2] Las llamadas “sociedades democráticas” organizadas en estados-nación y con el modelo keynesiano.

[3] Los estados comunistas y su economía planificada.

[4] Como lo explicaran Freud y Fromm hace ya varias décadas, revísese por ejemplo “El dogma de cristo” del último de los mencionados.

[5] El azar había sido el principal agente de la historia, aunque lo sigan negando los que quieren regular el tiempo.


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