domingo, 13 de julio de 2014

La revolución sagrada y el bicentenario del Cusco

Hubo un tiempo en que se rebelaron los mestizos, los indígenas, los sacerdotes, las mujeres, los caciques del sur andino. Las proclamas y las batallas recorrieron seis intendencias, con sus púlpitos, sus aulas y sus campos de batallas. Hubo un tiempo que la palabra “patria” sonaba casi lo mismo que ahora suena “terrorismo”. Esa fue la revolución del Cusco, la revolución en que “Dios puso las manos”.

De cómo Dios se rebeló en el  Cusco de 1814

Con la promulgación de la Constitución de Cádiz en España en 1812, las colonias vivieron nuevas revueltas y rebeliones contra el absolutismo que entonces dominaba el imperio español. En 1813 ese conflicto llegó también a la ciudad del Cusco, cabecera de la intendencia del mismo nombre y sede de la audiencia del sur peruano. Celebradas las primeras elecciones del cabildo, tal como establecía la Constitución, las ideas constitucionalistas fueron ganando terreno a la vez que el recuerdo de la revolución de Tupac Amaru inquietaba al bando conservador de la ciudad.
El descontento había crecido a medida que el gobierno se ponía más duro. A los caciques les disgustaba que ahora muchos mestizos y criollos asumían ese cargo antes reservado sólo para los indios nobles. Ellos, que habían ayudado a derrotar a Tupac Amaru, ahora se sentían poco a poco abandonados por el gobierno. Los indígenas sufrían cada vez más impuestos, colmando su paciencia. Los mestizos y criollos también se quejaban de los impuestos. En ese panorama era lógico que las ideas constitucionalistas crecieran, pero fueron otras ideas las que llevarían a todos estos sectores a unirse en una gran rebelión.
Durante varios años, José Pérez Armendáriz había difundido ideas rebeldes que se inspiraban nada menos que en la Biblia, desde las aulas de la Universidad de San Antonio, donde ocupó el rectorado, pero mayormente desde que llegó a ser Obispo del Cusco en 1806. Con el estallido de la revolución el 3 de agosto, varios sacerdotes estarán presentes en la dirección del movimiento, cada campaña militar será acompañada por un capellán y luego de la derrota, los indígenas rebeldes serán dirigidos por el cura Ildefonso Muñecas en el Umasuyu[1].
El capitán general de la lucha, José Angulo, se preocupará de enviar curas tanto como jefes militares a todas las provincias. Antes que los militares, el padre Vicente Centeno llega a Andahuaylas a anunciar la llegada de la libertad, el cura Juan Angulo abandonó su curato de Lares para acompañar a sus hermanos en la dirección del movimiento, mientras el cura Carrascón pronunciaba fuertes discursos a favor de la “patria”. El mismo obispo Pérez Armendáriz bendice la nueva bandera azul y blanca en la Catedral del Cusco.
Los rebeldes estaban convencidos que rebelarse era su deber cristiano, luego de que Vicente Angulo y Mateo Pumacahua toman Arequipa el 10 de octubre, Pérez Armendáriz proclamó que “Dios sobre las causas que protege pone una mano; pero en favor de la proclamada por el Cuzco ha puesto las dos”. Todos estos hechos han sido bien explicados por el libro de Aparicio Vega, lo que nos interesa aquí es ver que no es algo específico del Cusco solamente, por esos años ya se habían revelado el cura Hidalgo en México y el Obispo Cueva de Quito. Pero volviendo a nuestra historia, fuera de Cusco, otros tantos sacerdotes se unen a la rebelión, como Sahuaraura en Aymaraes o Arce en Arequipa, quien exige que se proclame de una vez la independencia.

Una revolución cristiana

¿Cuál era el pensamiento de Pérez Armendáriz?, no precisamente el pensamiento ilustrado. Había sido rector de la Universidad y ayudante del Obispo durante los complicados años previos y posteriores a la revolución indígena de 1780, contemplando la terrible represión de esos años. Pero no participó en conspiraciones ni revueltas hasta estar próximo a los 90 años y ya siendo obispo del Cusco.
Un interesante folleto de Pablo Ojeda nos explica la vida de este personaje desde el aspecto espiritual. Pérez Armendáriz era un cristiano que quería cumplir con las enseñanzas de Cristo en toda su magnitud, repartiendo todas sus riquezas a los pobres y viviendo modestamente. Sentía que debía proteger a los más humillados y oprimidos por el sistema, será llamado “indio” por sus enemigos, dada su identificación con los indígenas, los más explotados de estas tierras. ¿Un antecedente de la teología de la liberación? Quien sabe, lo cierto es que un buen sector de la iglesia de ese entonces decidió tomar el camino que consideraban más coherente con los principios cristianos y apoyará la rebelión con todo su espíritu.
El otro sector de la iglesia se encargaría de contrarrestar la revolución desde los púlpitos, el obispo Encinas de Arequipa predicaba contra los alzados con la misma fuerza que Pérez lo hacía a favor de los mismos. El clero “realista” donará dinero a favor de las tropas reales y apoyará directamente la persecución a los rebeldes, cuando estos ya sean vencidos militarmente.
A pesar de la derrota militar de la revolución en marzo de 1815, Pérez Armendáriz no podrá ser removido de su cargo como pretendían los realistas vencedores, debido al gran respaldo que este sacerdote mantendrá en el pueblo. Vivirá acosado sus últimos años (murió en 1819), quizás pensando que el martirio de los revolucionarios era un precio a pagar similar al de Cristo en la cruz.
Si recordamos que al menos un sector de la iglesia llegó a tener tanto poder que preocupó a la corona, hasta que terminaron expulsando a los jesuitas en 1767; no sería raro que dentro de la iglesia siguieran existiendo sectores que veían al poder político como una traba para el cristianismo. Los jesuitas habían construido prácticamente gobiernos autónomos en varias de sus misiones durante los siglos XVII y XVIII, algo similar podría haber impulsado a los curas patriotas de 1814 a enfrentarse directamente al poder español. La religiosidad católica es lo central en las proclamas y ceremonias de la revolución, más que el independentismo que aparece apenas mencionado por algunos.
La revolución quería solucionar injusticias sociales y políticas inmediatas, tal vez el clero patriota quería construir una sociedad donde el poder de la religión controlase al poder político, inspirados en un cristianismo que enfrente las injusticias. La libertad se veía más en el espíritu que en la forma de gobierno.

La visión de los indígenas

La “revolución de la patria” (como la llamaban sus líderes) procuró captar a las masas indígenas, lo que resultó fácil, pues el descontento indígena hizo que ellos mismos se acercaran a la rebelión, en muchos casos a su manera y con sus propias luchas. Y cuando los patriotas son vencidos, muchos de estos pueblos seguirán luchando, con sus propios caudillos.
Los Angulo lograron el apoyo del cacique de Chincheros Mateo Pumacahua, el más prestigioso entre las familias inkas del Cusco. Personaje controvertido, que contribuyó fuertemente con derrotar a Tupac Amaru y luego dirigió la represión en el Alto Perú, llegando a ser nombrado Brigadier y dirigir la Audiencia de Cusco por un breve lapso en 1813. No será el único cacique realista que apoya la rebelión, varios de estos indios nobles estaban descontentos con el trato que recibían del virreinato, no pretendían rebelarse contra el Rey pero sí contra las malas autoridades. Marcos Garcés Chillitupa encabezó a los 24 electores de las familias inkas en la campaña para vencer la contrarevolución de Tinta a principios de 1815.
La participación de los indios “del común” se volverá más entusiasta, el caso del danzante Jacinto Layme de Ocongate muestra características interesantes (Cahil 1988). Desconfiando de los criollos de Ocongate, los hostiga y estos terminan enfrentándolo, José Angulo lo hace apresar para no permitir conflictos internos dentro del bando patriota, Layme le advierte que los criollos lo iban a traicionar. Luego de la derrota logra huir y unirse a los rebeldes que quedaban en los pueblos, volviendo a atacar Ocongate luego de participar en los ataques a Marcapata. Todas estas luchas estarán lideradas, coordinadamente o simbólicamente por el cura Ildefonso Muñecas, que controlará el altiplano varios meses.
Caídos uno a uno los caudillos indios, Muñecas resistirá en Larecaja y en agosto de 1815 decretará la abolición del tributo, lo que impulsará que muchos indígenas sigan luchando.  Muñecas, el cura de la catedral del Cusco, amigo del Obispo Pérez y los Angulo, terminará convirtiéndose en jefe militar, uniéndose al indígena leko Santos Pariamo y resistiendo hasta febrero de 1816[2].
En el otro escenario de la guerra, los rebeldes deberán abandonar Huamanga ante un fuerte ejército llegado de Lima que los derrota en Huanta. Pero desde Andahuaylas, dos veces reconstruirán su ejército y dos veces más serán vencidos. Gabriel Béjar y Hurtado de Mendoza realizan esta heroica lucha mientras las tropas de Ramírez derrotaban a Pumacahua y Vicente Angulo en Umachiri. Solo la traición de “Pukatoro” permitirá capturar a los líderes.
Huamanga había sido tomada sin batalla, por acción de las mujeres del pueblo lideradas por Ventura “Qalamaki”[3] que impidió a los soldados atacar a los patriotas. Luego, Lircay y otros pueblos se irán rebelando por su cuenta, para unirse a los rebeldes de Cusco. Su principal fuerza serán los morochucos de Cangallo liderados por Basilio Auqui, que luego de la derrota seguirán luchando por cinco años. Curiosamente, el principal enemigo que los patriotas tendrán en Huanta serán los indígenas iquichanos que años más tarde, lucharán contra la república, extrañando los “tiempos del Rey”[4].

Una guerra mágica

El aspecto religioso no deja de estar presente, pero en el campo indígena esta religiosidad católica se combina con las creencias ancestrales. Se dice que la esposa de Jacinto Layme era “hechicera”, en Huancavelica Gregorio Funes proclamará el retorno del caudillo argentino Castelli, a quien llamaban “inka”. En aymaraes una rebelión estallará nuevamente en 1818, con un peregrino del santuario de Cocharcas que retornó a su pueblo para liderar la protesta. En Azángaro, en 1818 y 1819 Bernardino Tapia será ejecutado por incitar la rebelión, afirmando que José Angulo, Pumacahua y Muñecas no habían muerto[5].
El vencedor de Umachiri, el general Juan Ramírez había aplicado una represión severa, ejecutando a cada uno de cinco prisioneros al azar, esto luego de ejecutar a los cabecillas y principales cuadros como el poeta Mariano Melgar, que hacía de auditor de guerra y fue torturado para sacarle información, sin éxito. El terror que implanta Ramírez hace que los muchos sospechosos aleguen no tener vínculos con la revolución, y sin embargo, tras acogerse al indulto del 14 de abril, habrá reuniones en que declaran abiertamente su rechazo al virrey, como el caso peculiar de Juana “la rubia” Noin (Glave 2013)[6].
En las comunidades, a pesar de la represión, seguirán los conflictos y las protestas, curiosamente en zonas relacionadas a santuarios (Qoylloriti’i en Ocongate o Cocharcas en Andahuaylas). El recuerdo de Muñecas seguirá vivo varios años, y se contarán historias mágicas sobre los líderes de la rebelión, como la historia del tesoro de Pumacahua, que el cacique había ofrecido para financiar la gesta y que estaba en una cueva que sólo él conocía (Duval).[7]
Aalgunas de estas historias orales han sido recogidas por pocos autores, sin embargo yo oí en la comunidad de Pibil (Limatambo) que cerca al río Apurimac había una mina que era de un brujo llamado José Angulo. Curiosamente, el “capitán de la patria”, antes de ser militar y rebelde, había sido minero en Tarapacá y dueño de un cañaveral junto al río Apurimac, ¿permaneció su recuerdo en esa zona, decorada por el aura de “brujo”?, no sería extraño. Dos siglos después se cuentan historias similares de rebeldes más contemporáneos, se dice que en la Convención de los años 60, Hugo Blanco no era capturado por la policía porque se convertía en animales, como un buen hechicero.
Las historias que sí se han transmitido son las anécdotas graciosas del Obispo Pérez Armendáriz, que lo presentan como un ocurrente improvisador de versos irónicos. Pero, ¿qué quieren contarnos estos relatos?, más que solo divertir, parecen ser una forma de mantener un recuerdo camuflado por la represión de esos años. Un ejemplo: dicen que Ramírez decía que el Obispo había perdido la cabeza, cierta vez este olvidaba su sombrero y cuando el general le hizo notarlo, el obispo dijo que “el que no tiene cabeza no necesita sombrero” (Palma). O esa otra anécdota del coronel Piedra que insinuaba que el obispo era indio, este dijo ir al baño y cuando le ofrecieron papel lo rechazó diciendo que como indio, usaba para limpiarse lo más indigno: la piedra (Duval).
Los relatos populares le dan al vencido la revancha del humor, el obispo acosado por sus enemigos es mostrado como un sabio que los enfrenta sólo con rimas. Pero a la vez muestran su identificación con los pobres, con los indígenas.

200 años de olvido

Así quedó el recuerdo de estos rebeldes, porque la República no quiso recordarlos, quizás fueron más perseguidos luego de muertos pues la historia de los vencedores quiso borrarlos de alguna manera. ¿Acaso no ganaron los patriotas al final en Ayacucho? Sí y no. Varios de los que vencieron a los Angulo o a Muñecas luego serían importantes autoridades republicanas: Agustín Gamarra llegó a ser presidente del Perú dos veces, el cruel Pío Tristán fue presidente del fugaz Estado Sud Peruano, Juan Tomás Moscoso[8] llegó a Constituyente… la lista continúa.
Los criollos limeños y realistas vencieron a los curas e indios rebeldes de Cusco, Puno, La Paz, Arequipa y Huamanga. Luego, estos criollos apoyarán a los libertadores extranjeros, cuando ya no les quedaba otra; y construirán una república criolla centralizada en Lima. 100 años después Eguiguren rescató del olvido a (casi) todos los rebeldes de aquella gesta[9], pero la historia oficial los mantuvo relegados. Cuando se publicó el libro “el clero patriota en la revolución del Cusco de 1814” (Aparicio), estaba en auge el marxismo, reivindicar curas rebeldes en vez de hablar de lucha de clases era algo así como “pequeño burgués”. Como muchos, en la escuela yo oí algo de la “rebelión de Pumacahua”, en la que se hablaba de un cacique y un poeta (el gran Melgar) derrotados en Umachiri.
La trascendencia histórica de esa revolución es incuestionable, abarcó una gran extensión territorial e involucró a muchos sectores sociales de su tiempo. No es nada haber reconstruido tres veces el ejército rebelde de Andahuaylas. O las largas luchas que indígenas y mestizos sostuvieron en las provincias altas de Cusco, el norte de Puno y el oriente del Titicaca, bajo el liderazgo carismático del cura Muñecas. O las revueltas independientes de Huancavelica y Huamanga en el marco de la guerra, y  las que continuaron en Andahuaylas, Aymaraes o Azángaro en años posteriores. O la decidida participación de mujeres como Qalamaki, Noin, Juariste, Gonzueta o Manzaneda.
Pero como la historia siempre se ve desde los ojos del presente, los Estados modernos olvidan esta gesta que unió al Bajo y al Alto Perú, ahora divididos en dos repúblicas. La historiografía nacionalista hace que se glorifiquen héroes fácilmente identificables con la “nación”, olvidando a los otros. Las élites criollas no consideran adecuado exaltar heroísmos indígenas y mestizos provincianos, para no exaltar los ánimos de los oprimidos del presente. La élite católica actual, dominada por el Opus Dei, nada quiere saber de curas rebeldes que nos recuerdan a los posteriores teólogos de la liberación y curas activistas. Ahora se preparan a celebrar su bicentenario en 1821, y esperan que nosotros olvidemos nuestro bicentenario el 3 de agosto de este año, el día que Cusco proclamó la libertad.
Un gran error en la historia es explicar el pasado según los requerimientos del presente. Se ubica todos los hechos anteriores a la “independencia” como una antesala de esta, olvidando lo peculiar de cada uno y su propia dinámica. Se llega al absurdo de hablar de “precursores”, sin comprender lo que realmente esas personas buscaban en su tiempo. En realidad, los patriotas de entonces no pretendían un gobierno democrático, sino un estado independiente gobernado por un inka o algo parecido (Belgrano lo propuso en Tucumán en 1816), el mismo San Martín pretenderá un Rey traído de Europa, reflejando la mentalidad criolla de rechazar lo indígena[10].
Problema mayor es el peso de la reciente guerra interna en nuestra visión de la historia. Los vencedores del presente prohíben cualquier insinuación a la violencia, así sea un recuerdo histórico[11]. Se disminuye los hechos violentos, se altera la verdad histórica, por miedo a las represalias, pero esto hace que la mirada sobre nuestro pasado sea falsa[12]. Es tiempo de recuperar nuestra historia, con todas sus contradicciones y ejemplos, en toda su complejidad y su riqueza.

BIBLIOGRAFÍA

APARICIO VEGA, Manuel Jesús
1974      El clero patriota en la rebelión de 1814. Cusco.
1974      Conspiraciones y Rebeliones en el Siglo XIX, Colección Documental de la Independencia del Perú, tomo III, volumen 7, Lima.
CAHILL, David
1988      Una visión andina: el levantamiento de Ocongatede 1815. En Histórica. Vol. XII. Nº 2. Diciembre de 1988
EGUIGUREN, Luis Antonio
1914      La revolución de 1814. Correo, Lima.
GLAVE, Luis Miguel
2013      Guerra, política y cultura en la génesis de la independencia andina, 1808-1815. En Nueva corónica 2, Julio 2013. Escuela de Historia. UNMSM
2013      Las mujeres y la revolución: dos casos en Huamanga y Cuzco durante la revolución de 1814. En Historia y Región 1, año I, Octubre 2013
MOLINA MARTÍNEZ, Miguel
2010      Presencia del clero en la Revolución Cuzqueña de 1814: ideas y actitudes de Francisco Carrascón. En Revista Complutense de Historia de América, vol. 36, Universidad de Granada, España.
OJEDA VIZCARRA, Pablo
1986      José Pérez Armendáriz, el hombre que cogió su cruz. Cusco
SALA Y VILLA, Núria
1989      Revueltas indígenas en el Perú tardocolonial. Tesis presentada a la Universidad de Barcelona, www.tesisenred.net
TAMAYO HERRERA, José
2014      La revolución de 1814 en Cusco y la primera proclama de la independencia del Perú, en “El Antoniano” 125, marzo de 2014, pp 3-22



[1] Umasuyu, la “región del agua”, es el nombre aymara del lado oriental del lago Titicaca.
[2] Finalmente fue derrotado por el cusqueño Agustín Gamarra. Muñecas fue asesinado el 7 de mayo de 1816, cuando era llevado por Tiahuanaco a Lima.
[3] Este personaje legendario solo era recordado por la memoria popular, pero Glave encuentra un dato que podría confirmar su historicidad (Glave 2013).
[4] Es un caso singular e interesante el de estos iquichanos realistas, pero que tiene mucho que ver con la ascendencia de su líder Huachaca.
[5] Todas estas revueltas han sido estudiadas por Sala y Vila (1989).
[6] Otro aspecto interesante es ver la participación femenina en la rebelión, de lo que solo existe el interesante trabajo de Glave.
[7] Actualmente se dice que la gruta de Kunkunya en Cachimayo (Anta) es el “escondite” de Pumacahua.
[8] Que había apoyado a los patriotas solo por miedo y luego fue nombrado alcalde por Ramírez.
[9] Será con los trabajos de Cahill y Salas que se conocerá a varios caudillos y rebeldes indígenas de aquellas jornadas.
[10] San Martín tuvo el respaldo de la élite criolla de Lima, a diferencia de Belgrano que se rodeaba de mestizos e indios en los andes argentinos.
[11] Los que derrotaron a Sendero y al Mrta son los mismos que implantaron la corrupción como forma de gobierno y que acusan a todos sus oponentes de ser “terroristas”. Leyes sobre “apología del terrorismo” o “negacionismo” son propias de las peores dictaduras. Y ese es el Perú actual.
[12] Una publicitada representación teatral sobre Tupac Amaru en Cusco el 2013, terminó mostrando la rebelión como un llamado a la paz, alterando los hechos históricos. Años antes (2008) un malísimo libro proponía que Tupac Amaru en realidad buscaba la democracia (absurdo histórico increíbemente premiado por el entonces INC).